1. El Plan de Campaña; divergencias entre Camacho y Montero.
Las tropas aliadas divididas por mutuas desconfianzas ocasionadas en su mayor parte por los fracasos sufridos constantemente, se hallaban en plena desorganización. Sin embargo, el Coronel Camacho hacía esfuerzos por mantener la unión del ejército boliviano y evitar desacuerdos y rivalidades con el aliado. No obstante, no tardó en surgir una seria diferencia de criterio profesional entre él y el Contralmirante Lizardo Montero, Jefe de las tropas peruanas, respecto del nuevo plan de campaña. En vista de estas circunstancias el General Campero vio la necesidad de trasladarse lo antes posible al teatro de operaciones. Preparó apresuradamente el envío de un contingente de 1.500 hombres al mando del Coronel Claudio Acosta y dejó en La Paz, como Secretario General y encargado de la administración del país al Dr. Ladislao Cabrera y luego, salió a ponerse a la cabeza del ejército aliado.
Antes de la llegada de Campero, el Coronel Camacho había propuesto a Montero la inmediata ocupación del valle de Samma a fin de obligar al enemigo a concentrarse en el malsano valle de Locumba donde sería fácil batirlo. Pero Montero se opuso pretextando que no podía abandonar Tacna y Arica. Camacho, seguro del éxito, de su plan, tenía resuelto marchar a ocupar el valle de Samma con las tropas de su mando que alcanzaban a unos 4.000 hombres. De haberse realizado esta operación el ejército enemigo es probable que hubiera sufrido fatales reveces, pues así lo aseguró el historiador chileno Vicuña Mackena.
Desgraciadamente muy pronto pasó la oportunidad y cuando llegó el General Campero, que. como Director de la Guerra, hubiera podido aprobar y hacer ejecutar el plan de Camacho, ya era tarde, pues el ejército chileno, conocedor de la ventajosa situación del valle de Samma, se había apresurado a ocuparlo.
2. Batalla del “Alto De La Alianza”; Los “Colorados de Bolivia”.
Perdida la oportunidad de ocupar Samma, se decidió posesionar al ejército aliado en la meseta de Tacna, en aquella ocasión fue denominada por el General Campero, con el nombre de “Campo de la Alianza”. Allí se esperó al enemigo.
El ejército aliado, compuesto de 11.000 hombres fue dispuesto con el siguiente orden de batalla: el ala derecha a órdenes del jefe peruano Lizardo Montero; el ala izquierda con el Coronel Eliodoro Camacho, el centro con el Coronel boliviano Miguel Castro Pinto, la retaguardia compuesta de la caballería a órdenes del Coronel boliviano Juan Saravia y Espinoza.
El día 22 de mayo la vanguardia aliada rechazó un reconocimiento efectuado por el enemigo. El día 25 el escuadrón “Junín” capturó 60 mulos cargados con barriles de agua que pertenecía al aprovisionamiento del ejército enemigo, y se supo por los arrieros que los conducían, que el grueso del ejército chileno, compuesto de 22.000 hombres había acampado en Quebrada Honda, a tres leguas de los aliados.
Ante la enorme superioridad numérica del enemigo. Campero comprendió que sólo podría conse¬guir la victoria mediante un golpe de audacia o sea sorprendiendo al enemigo durante la noche, plan que fue aprobado por el Consejo de Jefes.
A las 11 de la noche de ese mismo día en medio de la oscuridad y el silencio, avanzó el ejército aliado en dos columnas con rumbo a Quebrada Honda. Pero, una vez más la mala suerte se mostró adversa a los aliados, pues estos, perdidos y desorientados en medio de la espesa “comanchaca” (niebla de esa región) y conducidos por guías inexpertos estuvieron vagando durante largas horas sin dar con el objetivo ni poder coordinar los movimientos de las dos columnas. Por último, los movimientos aliados tan torpemente ejecutados llegaron a ser percibidos por las avanzadas enemigas que dieron la voz de alerta. Entonces los aliados no pudieron hacer otra cosa que regresar precipitadamente a sus antiguas posiciones, consiguiendo llegar a ellas cuando ya alboreaba el histórico día 26 de mayo.
Los aliados estaban fatigados por las inútiles maniobras y el insomnio de la noche anterior cuando a las ocho de la mañana se presentó el ejército enemigo en orden de batalla. La artillería enemiga rompió los fuegos que no pudieron ser contestados por los aliados a causa del escaso alcance de sus cañones. Luego se produjo el avance descargando lo más recio del ataque sobre el ala izquierda que comandaba Camacho y que se desplegó en guerrillas. Muy pronto la lucha se hizo general en toda la línea. Como el enemigo seguía insistiendo con sus más fuertes arremetidas contra el ala izquierda, atacándola con fuerzas inmensamente superiores que ponían en peligro la defensa, se envió para reforzarla a los batallones bolivianos “Colorados” y “Aroma” y dos piezas de artillería. Estas tropas atacaron con tal ímpetu y coraje que hicieron retroceder a la línea chilena que varias veces renovó sus acometidas con nuevos y más copiosos refuerzos.
A pesar de que las tropas aliadas fueron acertadamente dirigidas y que jefes, oficiales y soldados se batieron con bravura incomparable, pudo más la inmensa superioridad del enemigo el cual, viéndose flaquear en determinados momentos de la batalla, tuvo que emplear desesperadamente todas sus reservas.
Al mismo tiempo que el ala izquierda resistía lo más fiero de la lucha también eran arrollados el centro y el ala derecha por las tropas de refuerzo que lanzó el enemigo.
Al caer la tarde se pronunció la derecha de los aliados frente a la victoria que los chilenos con-quistaron a muy elevado precio, pues les había costado mucho más de dos mil bajas.
Los aliados habían perdido 1.500 de los bolivianos y 1.200 de los peruanos. Entre los muertos del ejército boliviano hallábanse el General José Pérez y los Coroneles Agustín López y Felipe Ravelo. También habían caído heridos el Coronel Murguía y el Coronel Eliodoro Camacho, este último tomado prisionero fue conducido en estado de gravedad a Chile.
Con los restos del ejército boliviano el General Campero se dirigió a Bolivia, y Montero hacia el puerto de Arica.
En la reseña de la batalla de Campo de la Alianza merece especial homenaje la actuación del célebre batallón “Colorados de Bolivia”, el cual, elegido para reserva, entró a la lucha en los momentos en que la enorme superioridad del enemigo arrollaba el ala izquierda del ejército aliado. Para apreciar mejor la bravura con que los “Colorados” combatieron en el Campo de la Alianza nada mejor que acudir al testimonio de los mismos enemigos. El “Mercurio” de Valparaíso, al publicar las impresiones de su propio corresponsal, dijo textualmente lo siguiente: “De parte de los bolivianos, los Colorados de Daza, que fueron concluidos por nuestras balas, puede presentarse como tipo a que puede alcanzar el ejército de Bolivia. Cuando los nuestros sólo se encontraban a veinte pasos de ellos, aquellos veteranos ni trataban de huir, ni siquiera perdían su formación, ni la uniformidad de sus movimientos. Disparaban la primera hilera y al momento avanzaba la segunda, al mismo tiempo que aquella daba con toda regularidad sus pasos al frente y a la derecha”.
3. Caída de Arica; El Coronel Bolognesi.
Después de la batalla del Campo de la Alianza había quedado en poder del ejército chileno todo el Sur del Perú a excepción del puerto de Arica que estaba guarnecido por una fuerza de 2.000 hombres a órdenes del Coronel don Francisco Bolognesi. Arica por aquel tiempo era una pequeña población que se extendía en la costa, protegida por un alto promontorio, el célebre morro.
El día dos de junio, el ejército chileno compuesto de 7.000 hombres avanzó desde Tacna para atacar Arica. El día 5 un comisionado militar chileno intimó rendición a los defensores del puerto. El coronel Bolognesi respondió: “Nos defenderemos hasta quemar el último cartucho”. Ante tan terminante negativa, el Coronel Pedro Lagos jefe de las tropas asaltantes ordenó el ataque. El morro fue tomado después de un encarnizado combate y después que el Coronel Bolognesi, así como sus principales jefes y más de mil soldados habían rendido la vida. Sobre el coraje demostrado por todos los defensores se destacó con singular relieve la actitud de Alfonso ligarte que, acosado en la cumbre del morro por los atacantes que trataban de tomarlo cautivo, picando espuelas a su caballo se precipitó desde la cumbre hasta el mar.
4. Ocupación de Lima; Paz de Ancon.
El 13 de enero de 1881, el ejército chileno, después de haber conquistado todo el litoral boliviano y la costa meridional del Perú, desembarcó en la costa central peruana y avanzó hacia la capital Lima. Sus defensores trataron de contener al poderoso ejército enemigo en Chorrillos, pero fueron derrotados después de una brega mucho más pronunciada y sangrienta. Derrotados los peruanos, los atacantes ocuparon la ciudad el 17 de enero, en la que permanecieron más de dos años.
El Presidente del Perú, don Nicolás Piérola, con los restos de sus tropas se retiró a la sierra, proponiéndose seguir la resistencia, mientras se hacían trabajos para organizar una nueva confederación Perú-boliviana; pero el partido civilista del Perú había entre tanto proclamado en su lugar como a Presidente de la República al Dr. Francisco García Calderón, el cual inició gestiones de paz con Chile bajo la intervención de los Estados Unidos de Norte América. En la región de los Andes apareció otro caudillo de la defensa nacional, el coronel Andrés Avelino Cáceres que inició una audaz guerra de guerrillas hasta que fue vencido en julio de 1883 en Huamachuco.
Por último, el Coronel Miguel Iglesias se proclamó en Cajamarca Presidente del Perú con la consigna de hacer la paz con el invasor. Reunidos los representantes de Iglesias con los de Chile en el pueblo de Ancón se firmó el tratado de paz el 20 de octubre de 1883. Mediante este tratado en el cual se cometió el error y la injusticia de no dar intervención a Bolivia, el Perú cedió definitivamente a Chile la provincia de Tarapacá y aceptó la ocupación temporal de la provincia de Tacna y Arica por un tiempo de diez años al cabo de los cuales se haría un plebiscito entre sus habitantes para decidir de su soberanía definitiva.
El tratado de Ancón fue fatal para Bolivia, pues, Chile habiendo logrado quedar dueño a perpetuidad de Tarapacá tenía encerrado dentro de sus conquistas territoriales consagradas en dicho tratado al departamento del Litoral.
El plebiscito de Ancón sobre Tacna y Arica no pudo ser cumplido ni en el plazo fijado ni en fechas posteriores y esta circunstancia mantuvo al Perú y a Chile en constante tensión belicosa durante medio siglo, hasta que, mediante un acuerdo efectuado el año 1927 se resolvió la salomónica repartición de los territorios disputados. Se entregó Tacna al Perú y Arica sería desmilitarizado. Ante este nuevo tratado, concluido siempre con el error de excluir a Bolivia, puso un nuevo obstáculo a la posibilidad de Bolivia de salir al mar, pues se estableció que Arica no podía ser cedida a otra nación sin la aceptación del Perú.