Agricultores y ganaderos
Apolonia Masiri Chacón toma una manija y machuca la calucha o cascara de la almendra. El mazo que sujeta entre sus manos le permite extraer el fruto entero, sin lastimarlo. En la localidad chiquitana de Guayaba, de la provincia cruceña Ñuflo de Chávez, las mujeres trabajan diariamente con esmero en el marco de un proyecto que les permite sembrar este fruto en sus hogares, para luego venderlo a intermediarios que lo entregan a industrias locales. Por el momento hay diez familias inmiscuidas en la apuesta. El trabajo artesanal de Apolonia le permite obtener 14 bolivianos por cada kilo de sus almendras peladas.
Tarda más en su tarea, pero logra una producción casi perfecta. A pocos metros de su hogar está una peladora mecánica. Es la única del pueblo. Las chiquitanas hacen fila desde temprano para usarla. No obstante, este instrumento a veces daña la almendra, la que partida baja en cotización entre cinco y 11 bolivianos por kilogramo.
“Sembramos maíz, plátano, cítricos, arroz... sin embargo todo es para nuestro consumo. Necesitamos dinero para alimentar a nuestras familias y más bien llegó esto de la almendra. Ojalá que con el tiempo tengamos más árboles de este alimento y podamos vender más a los empresarios”, dice Apolonia Huasase, otra beneficiaría del proyecto. Según la Organización Indígena Chiquitana, esta etnia se dedica a la agricultura, la ganadería, la tarea forestal con el talado de árboles, las artesanías como el hilado de prendas de algodón o de tela, la alfarería, el tallado de piezas de madera, la cría de pequeños animales y la recolección de productos comestibles en el bosque. “En algunos territorios efectúan la explotación manual de la minería, sin dejar de lado la práctica de la caza y pesca. La mujer está dirigida a las labores del hogar, pero ayuda al hombre en las anteriores actividades en cuanto a la planificación, sin descuidar el cuidado de sus hijos y de la educación escolar”.
Elba Flores Gonzales, investigadora del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social, alega que estas costumbres económicas están en crisis por la preferencia a la extracción de madera. Aparte, el antropólogo Wigberto Rivero Pinto sostiene que la labor agrícola es el principal sustento de estas familias con los sembradíos de maíz, arroz, yuca, plátano, caña de azúcar, palmito y algodón. “Este rubro se basa en la tumba, roza y quema. Éstas hacen descansar la tierra entre 15 y 20 años, desarrollándose así una fertilización natural de los suelos. La venta de fuerza de trabajo es una tarea complementaria que realizan en épocas de carestía".
Los chiquitanos tienen huertos y pequeños sembradíos en sus hogares. Los chacos se sitúan a aproximadamente media hora de caminata. Allí, en promedio, la extensión de su propiedad no sobrepasa la hectárea y media. Para acceder a la Tierra Comunitaria de Origen solicitan la venia la autoridad originaria, quien otorga el permiso tras convocar a una Asamblea Comunal. A la par, tanto en la construcción de casas como en la siembra aún impera la práctica de la minga o metosch, la ayuda mutua. El antropólogo Jürgen Riester llama a esta tradición trampa, por la posibilidad de recibir y la obligación de dar, algo controlado por los líderes.
La agricultura está unida a supersticiones compenetradas por manifestaciones del cosmos: cuando la luna tiene una corona, los indígenas dicen que se viene una temporada de lluvias; en la luna nueva no se pueden cortar los árboles ni cultivar producto alguno, y cuando hay ausencia de aguaceros suelen sacrificar un sapo o rana, templándolo con una pita en el suelo. En primavera, la época de lluvias es propicia para el cultivo de maíz, sandía, melón, zapallo, yuca, caña de azúcar, plátano, camote, arroz y cítricos; en verano es para la plantación del sorgo, girasol, sésamo, maní y hortalizas; en invierno, para el sorgo, girasol y sésamo, y en otoño se prepara el terreno agrícola.
El jefe de la Junta Escolar de Guayaba, Sebastián Supepi, asegura que el bosque todavía nutre de alimentos a su poblado con animales como el tatú, el jochí pintao (chancho del monte) y los venados. “Septiembre es el mes ideal para aplicar esto”. Una tradición en el rubro es que el cazador no debe hallarse dos veces con el zorro, especie de mal agüero para atrapar presas. Y no se quedan atrás los arroyos infestados de bagres que son chapapeados, o sea, asados en parrillas de palos. Supepi comenta además que en su localidad ha germinado la crianza de ganado con una cooperativa de 60 cabezas de reses. “Queremos ganar plata como lo hacen los hacendados”.
Otra de las actividades que comienzan a otorgar ingresos económicos a los bolsillos de las parentelas de esta nación es el de las artesanías. Flores informa que en Santa Cruz hay un centro que comercializa las creaciones de las mujeres chiquitanas, ayoreas y guarayas. El tejido de esteras, alfombras hechas con hojas de palmeras; las hamacas, carteras y bolsones de finos hilados; los tallados en madera y cerámica... han ratificado la calidad de artistas de los chiquitanos. “Los angelitos y las columnas talladas son las piezas más representativas de su cultura, hasta son exportadas”. Rubros a los que igualmente se dedica Apolonia Masiri Chacón.