Educación

El idioma sin escritores

Cual, si fuera un reloj inglés, de lunes a viernes, a las ocho de la mañana en punto, un talán se escucha por el territorio de la comunidad chiquitana de Guayaba, en la provincia Ñuflo de Chávez.  Es el sonido que emana de la pequeña campana, que en realidad es una pieza sin forma de metal que convoca a los niños a pasar clases en la escuela del ciclo primario que recibe el mismo nombre de la localidad.  El establecimiento es católico no porque sea sostenido por la Iglesia, sino porque allí se estudia en los ambientes prestados por el cura de la congregación.  Los problemas educativos que afectan al sitio cercano a Concepción se reproducen en los villorrios periféricos de la región.

El profesor Rene Valenzuela comenta que Guayaba es una de las diez aldeas que pertenecen al núcleo de enseñanza de Nazcuay, que quiere decir en idioma bésiro “palma real”.  Cuenta con tres educadores y más de medio centenar de alumnos.  Sin embargo, en este pueblo no hay educación secundaria.  Por ello, los muchachos que desean continuar su aprendizaje en los niveles intermedio y medio deben partir con destino a Concepción, a unas dos horas de caminata.  Más aún, los que pretenden incursionar en la universidad deben emprender viaje a la ciudad de Santa Cruz.  “Así se reproduce la emigración juvenil, con la consiguiente pérdida de los valores netamente indígenas”.

Su colega Roxana Barranco sostiene que a veces los pequeños que se inscriben para cursar el primer y segundo básicos deben esperar por que haya un mínimo de estudiantes o pasar clases con otros de diferente nivel.  “No tenemos aulas y los pobladores no se preocupan de reclamar esto a la Alcaldía, que se olvida de las localidades alejadas de las zonas urbanas”.  A tanto llega el olvido que no hay pupitres o sillas para los infantes; sus progenitores se encargan de construirles estos insumos para su aprovechamiento diario.  “El material de enseñanza igual no llega a tiempo, y los padres no tienen dinero para comprarlo. Así estamos, una na por culpa de la desidia estatal y la pobreza”.

El presidente de la Organización Territorial de Base de Guayaba, José Soquereme Bata, comenta que desde 2007 hay una empresa que se adjudicó la edificación de ambientes para la escuela; sin embargo, ésta no ha iniciado sus operaciones.  El jefe de la Junta Escolar de la población, Sebastián Supepi, asegura que hay poco interés por el estudio entre los guayabeños, lo qué igual se traduce en la asistencia de tan sólo cinco personas a los programas de alfabetización bajo el método cubano “Yo sí puedo”.  La responsabilidad de Supepi se enmarca en el control del desayuno escolar y la coordinación de reuniones entre padres y profesores.

Valenzuela arguye que la deserción en el rubro también se explica en los altos índices de pobreza imperantes, lo que obliga a las parentelas a que los hijos menores en edad para trabajar dejen las aulas para ayudar en el sostén del hogar. “Los más perjudicados en cuanto a este punto son los mayores, porque al cursar entre sexto y octavo de primaria ya se hallan a cargo de sus hermanos y deben dedicarse, por ejemplo, a la siembra”.  La investigadora del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social Elba Flores Gonzales afirma que las mujeres forman otro sector que deja de lado a corta edad el sistema educativo para dedicarse a las labores caseras.

Para lidiar contra estas dificultades, esta nación creó el Consejo Educativo del Pueblo Originario Chiquitano, perteneciente a la Organización Indígena Chiquitana (OICH), que entre otras cosas apunta a revalorar las tradiciones a través de las enseñanzas en las aulas y, sobre todo, el idioma bésiro con la capacitación de profesores originarios bilingües.  Barranco informa que la educación inter-cultural es un método que ya se aplica en Guayaba con la organización de festivales en los que se muestran las danzas chiquitanas; aparte de la recomendación a los progenitores para que empleen su lengua ancestral en la relación con sus hijos.

El primer cacique general de la OICH, Rodolfo López, dice que lo que sucede en las unidades de enseñanza de las comunidades apartadas es culpa de la falta de fiscalización de los líderes locales a los planes de los gobiernos municipales.  “Ahora hemos impulsado un bachillerato pedagógico humanístico en Concepción, para que los adolescentes que salgan de la especialización pasen a ocupar los ítems de los educadores en las áreas rurales y así se mantengan nuestra cosmovisión y creencias.  El sueño es fundar un Instituto Normal de Lenguas, no hablamos de una universidad indígena; así podremos recuperar lo que es nuestra identidad”.

Mientras tanto, el bésiro aún está en fase de recopilación de datos.  Los chiquitanos lo hablan, pero no lo escriben.  Ahí radica el desafío de los estudiosos del idioma.  El antropólogo Wigberto Rivero Pinto sostiene que esta lengua no posee la “ch” española, la que es reemplazada por la francesa “sh”; aparte, la letra “j” es pronunciada como la “j” española, y la estructura básica de una oración son las consonantes Ñ, S, V y P.  Algunas palabras en bésiro chiquitano son: asxriñe (yo), asxriitio (tú), ttoneeti (él), asriñe (nosotros), asxri (vosotros), ttoneeti (ellos), unca (no), tone (sí), ¿chamooxrial (cómo te llamas), ¿aquíbíi? (¿adónde vas?).