El despotismo hispano
La primera causa para la independencia se encuentra en el despotismo con que España gobernó sus colonias, imponiendo instituciones, impuestos, monopolios en su favor, y no permitiendo que esas regiones pudieran aspirar a crear industrias propias. Estaba coartada la libertad de comercio y buena parte de los privilegios y cargos del gobierno correspondían a los españoles, salvo contadas excepciones y era terrible el estado de sometimiento a que había quedado postrada la mayoría indígena, lo que ocasionó varias insurrecciones anteriores.
Otra razón importante es la “mayoría de edad” a que ya habían llegado los americanos, que se sentían perfectamente capaces de administrar sus propios asuntos, sin ninguna tutela.
Las nuevas doctrinas
En los claustros universitarios se discutían también las doctrinas del Padre Francisco Suárez, divulgadas por los jesuitas en las Universidades, y las de Santo Tomás de Aquino, acerca de la soberanía popular. Como ambos eran autores aprobados por la Iglesia, las autoridades no se daban cuenta del trasfondo revolucionario de esas teorías.
Y a estas causas se añade el fermento de las ideas de “libertad, hermandad y fraternidad” que proclamó la revolución francesa contra la monarquía (1779); así como los ideales republicanos y democráticos de la revolución que realizaron los norteamericanos dirigidos por el General George Washington, contra el imperialismo inglés que hasta entonces los oprimiera (1782).
Goerge Washingtong.
Las ideas de los enciclopedistas franceses habíanse difundido entre los sudamericanos cultos, sobre todo en los ambientes universitarios, al igual que la forma de gobierno que adoptaron los norteamericanos.
La situación en España
Las causas inmediatas, de carácter político, que apresuraron los acontecimientos, pueden resumirse así: consolidada la revolución francesa (que costó la vida al Rey Luis XVI y a sus familiares) y proclamada la República, ésta, gracias a Napoleón Bonaparte, se transformó en imperio.
El Rey Carlos IV y su familia (pintura de Goya).
Las tropas francesas invadieron a España, capturaron al Rey Carlos IV y a su hijo Fernando VII (en cuyo favor dimitió el primero) remitiéndolos a Francia. Napoleón puso en su lugar, a su propio hermano, José, proclamándolo Rey de España. En Sevilla se formó una Junta para gobernar el país mientras durara el exilio de los Borbones; y el país quedó dividido entre “carlistas”, “fernandistas” y también “bonapartistas” dispuestos a colaborar con los franceses. Todo el sistema español que se basaba en la fidelidad al monarca, se vio así sacudido hasta los cimientos y de esa circunstancia se aprovecharon los americanos para proclamar su mayoría de edad y su derecho a la independencia.
Napoleón Bonaparte, emperador de los franceses, invade a España.
La noticia de la invasión napoleónica a España y el destierro de los monarcas se difundió en el continente y en cada intendencia o virreinato empezaron también a formarse juntas bajo el pretexto de seguir luchando en favor de la restauración de Fernando VII, pero en realidad, para promover la autonomía de las colonias.
Los universitarios de Charcas
En este movimiento, los universitarios de Charcas, que, como hemos visto, provenían de diversas partes del continente, Buenos Aires, Cuzco, Asunción, etc. tuvieron un gran papel, como propagandistas de los “derechos del hombre” que se habían proclamado años atrás en Francia, y de los ideales republicanos de Norteamérica. Ellos, en sus reuniones en los claustros de San Francisco Xavier y de la Academia Carolina, habían puesto ya hacía tiempo en tela de juicio, la legitimidad del gobierno colonial y la necesidad de que los pueblos del continente, eligieran sus formas de gobierno y administraran sus asuntos, de acuerdo a sus propios intereses.
Estas discusiones las mantenían, naturalmente, en privado, por temor a la delación y organizaban clubes a los que invitaban solamente a quienes compartían sus ideas, sin imaginarse que los acontecimientos se precipitarían vertiginosamente.
Lectura
La revolución alto peruana
Historiadores y sociólogos autorizados están conformes en admitir las razones económicas como determinantes del fenómeno de la independencia de América Hispana. No obstante que la presencia de la casa de Borbón en el trono de España se caracterizó por un cambio fundamental en la orientación de la política económica de la Península con relación a las colonias y que modificó el tráfico marítimo que antes se hacía exclusivamente por Panamá, abriendo nuevas rutas al comercio americano e implantando medidas liberales para limitar el contrabando, en realidad no se abolió el monopolio ni se permitió el intercambio con las demás potencias...
Mucho se ha hablado de la influencia de las ideas de la revolución francesa y de las doctrinas de los enciclopedistas en la preparación del espíritu revolucionario hispanoamericano. Más lógico sería atribuir al descontento general contra las malas autoridades y contra los privilegios, la mayor proporción del fermento sedicioso que se formaba entre la población criolla y mestiza. El clero, especialmente, que quizá era el único elemento que alcanzaba cierto grado de cultura, veía con disgusto que las mitras y las prebendas recaían preferentemente en los peninsulares. Esto explica el hecho de que, entre los más prominentes revolucionarios, existiera una fuerte proporción de clérigos... Los intereses y las pasiones serán siempre los móviles que impulsan a los hombres a las más arriesgadas empresas; y si a ello se agregan los ideales, aunque sólo alienten en el pecho de contados seres superiores, se tendrá una idea de la raíz psicológica de las grandes transformaciones sociales que se operan a poco que se presenten circunstancias favorables. El grado de degradación a que había llegado la monarquía española, por otra parte, contribuía no poco a que la corona perdiera su prestigio en las colonias y que se aflojaran los vínculos con la metrópoli.
Enrique Finot “Nueva Historia de Bolivia”
Temas para la reflexión las tríplices del buen vivir
Hay tres cosas que gobernar: El genio, la lengua y la conducta.
Hay tres cosas que amar: El valor, la mansedumbre y el afecto.
Hay tres cosas que odiar: La crueldad, la arrogancia y la ingratitud.
Hay tres cosas que gozar: La franqueza, la libertad y la belleza.
Hay tres cosas que desear: La salud, la amistad y la nobleza de espíritu.
Hay tres cosas que evitar: La ociosidad, la locuacidad y el chismorreo.
Hay tres cosas que admirar: La sabiduría, la dignidad y la gracia.
Tres cosas sobre las que se debe meditar: La vida, la muerte y la eternidad.