Charcas
Imaginemos una obra de teatro, para poder entender bien a los personajes que protagonizan la revolución de, Chuquisaca, la primera que se produce en el continente.
25 mayo 1809
De una parte, tenemos a los del bando español, que son los siguientes:
Ramón García Pizarro, (descendiente directo de Francisco Pizarro, conquistador del Perú), Presidente de la Real Audiencia y Gobernador de Chuquisaca, hombre de avanzada edad.
Don Benito Moxo y Francolí, Arzobispo de Chuquisaca, estudioso y gran lector, amigo íntimo de Pizarro.
Campana de la Libertad, Sucre
José Goyeneche, nacido en Arequipa, quien, llegó a Chuquisaca, nada menos que con tres credenciales distintas, para ver cuál le servía mejor: una de las autoridades francesas que ocupaban España; otra como Representante de la Junta de Sevilla, y la tercera como enviado de la Princesa Carlota (que gobernaba el Brasil y quien era hermana de Fernando VII) interesada en extender su reino hasta estas tierras.
Jaime Zudáñez.
Del otro lado, se hallan los oidores y abogados que se pusieron al frente de estos personajes y precipitaron la revolución. Los más importantes son Jaime Zudáñez (defensor de pobres, cuya detención, ordenada por Pizarro, provocó la reacción popular y la salida del pueblo a las calles) Joaquín y Manuel Lemoine, los hermanos que subieron a la torre de la iglesia de San Francisco, para repicar la campana llamando al pueblo (campana llamada ahora “de la libertad” en Sucre); Bernardo Monteagudo, quien se hacía llamar “ciudadano de América” y llegó a ser secretario del General San Martín; Mariano Serrano, (Presidente de la Asamblea Constituyente que creó la República) y Manuel Mercado.
Bernardo Monteagudo.
A la llegada de Goyeneche a Charcas, a pedido suyo, Pizarro convocó a los oidores para examinar la situación de España y resolver la actitud que tomaría la Audiencia. Los Oidores rechazaron la misión que traía Goyeneche, y algunos de ellos acusaron al Presidente Pizarro, al Arzobispo y al propio Goyeneche, de querer vender el país a la Princesa Carlota del Brasil. El pueblo salió en apoyo de Zudáñez y fueron detenidas las autoridades españolas, nombrándose nuevo gobernador a Juan Antonio Álvarez de Arenales. Había empezado así, sin derramamiento de sangre, una guerra que duraría dieciséis años y que provocaría miles de víctimas en ambos bandos.
La Paz
Los doctores de Charcas, enviaron comisionados a distintos puntos de la Audiencia, y dos de ellos a La Paz, donde existía también un grupo de conjurados patriotas, a cuya cabeza se hallaba el abogado Pedro Domingo Murillo. La revolución se inició con la toma del cuartel cuyo Comandante, Pedro Indaburo, se hallaba en el secreto. Este sería luego doblemente traidor, pues cuando los revolucionarios nombraron a Murillo Presidente de la Junta Tuitiva, Indaburo, despechado, cambió otra vez de lealtades. La Junta lanzó su célebre proclama, la primera en América en la que ya no se habla dé fidelidad a Fernando VII sino de la tiranía española y el derecho de los pueblos a la independencia. Anoticiado de estos hechos, el Virrey Abascal de Lima, envió a José Manuel de Goyeneche, Presidente de la Audiencia del Cuzco, con un fuerte regimiento de 5.000 hombres; y los patriotas, por su inferioridad de armas y hombres, se replegaron a Yungas. En Chacaltaya, se enfrentaron los dos ejércitos, siendo batidos los patriotas. Poco, después Murillo era apresado con algunos compañeros y ajusticiado con nueve de ellos; en La Paz. Antes de morir lanzó el desafío que recogería la historia: “La tea que dejo encendida, nadie la podrá apagar”.
Es justo mencionar, junto a la preclara figura de Murillo, a quienes lo acompañaron en la revolución y el sacrificio, rindiendo sus vidas como “protomártires” de la independencia: Basilio Catacora, Buenaventura Bueno, Melchor Jiménez, Antonio Figueroa, Apolinar Jaén, Victorio y Gregorio García Lanza, Juan Bautista Sagárnaga, José Antonio Medina.
En los episodios de la revolución paceña, se distingue por su valor y desprendimiento, la bella patriota Vicenta Juaristi Eguino, quien entregó toda su hacienda y bienes para sostener la causa de la patria. (16 de julio de 1809)
Pedro Domingo Murillo, Héroe de América
Don Pedro Domingo Murillo nació en Suri, provincia de Inquisivi del Departamento de La Paz. Muy joven se dirigió a la Universidad de Chuquisaca para estudiar derecho; pero antes de conseguir el título de licenciado volvió a La Paz, se dedicó a la minería y al mismo tiempo desempeñaba el cargo de Procurador de Causas. Tomó parte en la conspiración contra las autoridades españolas, por lo cual fue encarcelado y sometido a juicio como perturbador del orden público. Más tarde, con otros patriotas, comenzó a preparar en secreto una conspiración libertaria. La revolución estalló con éxito en la tarde del 16 de julio de 1809, fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Murillo contaba con tan sólo 1.000 hombres con los que le presentó batalla a Goyeneche en Chacaltaya (25 de octubre de 1809); por la superioridad numérica de los realistas los patriotas fueron vencidos y se retiraron a Zongo, lugar montañoso cerca de La Paz. Allí fue hecho prisionero Murillo con otros patriotas, por las fuerzas del Coronel Domingo Tristán, quien lo condujo a La Paz.
Pedro Domingo Murillo.
Goyeneche condenó a Murillo al suplicio de la horca, y en presencia del pueblo fue ejecutada la sentencia. Antes de que el verdugo tirara la cuerda de la horca Murillo si dirigió al pueblo y dijo sus proféticas palabras, y así fue como murió uno de los hombrea que más amó la libertad dejando un ejemplo de civismo a las generaciones venideras.
Ejecución de Murillo - Pintura de José García Mesa
Lectura
Proclama de La Junta Tuitiva de La Paz
“Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria: hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos: hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido un presagio cierto de humillación y ruina. Ya es tiempo pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. ¡Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú! Revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar entre todos, para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente”.