San Martin y el ejército de Los Andes
José de San Martín, el libertador argentino, fue educado en España, donde siguió la carrera de las armas y posteriormente, alcanzó el grado de teniente coronel por su valor frente a las tropas napoleónicas. De España, viajó a Londres, donde ingresó a la “Gran reunión americana”, grupo político alentado por el precursor venezolano Francisco de Miranda, y al que también pertenecía el chileno Bernardo O'Higgins.
José de San Martín
De vuelta a su patria, (1812) la junta patriótica reconoció a San Martín su grado militar y le confió la reorganización del ejército del norte, y luego la gobernación de la provincia de Cuyo. Chile, el Perú y el Alto Perú se hallaban todavía bajo dominio español y entonces San Martín concibió la idea de liberar a Chile: auxiliado por los patriotas exiliados de ese país organizó el ejército de los Andes y después de veinte días de travesía en la que perdió muchos pertrechos y animales, atravesó con su diezmado ejército las nieves eternas de la cordillera, librando la batalla de Chacabuco, con éxito, (1818). En el siguiente en encuentro, el de Cancha Rayada, la suerte fue adversa a los patriotas; pero a ese revés siguió la acción de Maipú, que consolidó la independencia chilena. San Martín fue colaborado permanentemente por O'Higgins, quien luego, quedó a cargo del gobierno de Chile.
Bernardo O'Higgins
Después de Maipú, San Martín retomó a Buenos Aires en busca de ayuda para continuar la lucha en el Perú, sin haber podido conseguir recursos. Llamado por Chile volvió a ese país y organizó el ejército que iría al Perú, por mar. Los patriotas zarparon del puerto de Valparaíso y San Martín tomó la capital de Lima, proclamando la independencia peruana. El cabildo de esa ciudad le nombró “Protector” del Perú, pero su gobierno duró unos pocos meses, pues después del encuentro con Bolívar en Guayaquil, San Martín presentó su dimisión del cargo de Protector y desengañado por las luchas que ya se presentaban entre los grupos patriotas, en el Perú y en su propio país, decidió retirarse a la vida privada, exiliándose, hasta su muerte, en Francia.
San Martín, consolidó la libertad de tres países y dio muestras de excepcional desprendimiento y nobleza en su conducta. Es una de las grandes figuras de América.
El Genio de Bolívar
Simón Bolívar nació en Caracas, en el seno de una familia acomodada y contó entre sus maestros a Simón Rodríguez y a Andrés Bello. Huérfano a muy temprana edad, quedó a cargo de su tío, el Marqués de Palacios, quien, deseoso de mejorar la formación del joven, lo envió a España. Muy joven, contrajo matrimonio con su prima María Teresa, quien infortunadamente, víctima de una fiebre, falleció tan pronto volvieron a Caracas. Este hecho cambió la vida de Bolívar. Si hubiera fundado un hogar, quizá habría desarrollado una existencia tranquila; pero su desgracia lo llevó a viajar nuevamente a Europa, contagiarse de las ideas de la Francia republicana y ser observador del esplendor napoleónico. Acompañado de su maestro Rodríguez, viajó de París a Roma a pie, y en esa capital hizo un juramento, en el Monte Sacro, de no descansar hasta ver libre a América.
El primer movimiento independista acaudillado por Francisco de Miranda, fracasó; y Bolívar salió al exilio. Miranda fue detenido y murió en prisión en España. Desde Nueva Granada, Bolívar organizó un ejército y retornó victorioso a Venezuela donde su ciudad natal le aclamó como “Libertador”. Después de la batalla de Carabobo, los realistas se reagruparon y derrotaron a los patriotas en la batalla de La Puerta. Bolívar retornó a Nueva Granada y luego a las Antillas. Infatigable, reorganizó sus fuerzas y de vuelta a Venezuela fue proclamado jefe supremo. Es entonces que convocó al Congreso de Angostura fijando allí los lineamientos que debía seguir el nuevo país. Después de su triunfo en Boyacá, tomó la ciudad de Bogotá y organizó la República de Colombia, con los territorios de Venezuela y Nueva Granada. Pero los realistas todavía mantenían bajo su control, zonas de Venezuela, de manera que Bolívar volvió a su país natal, y libró batalla nuevamente en los campos de Carabobo.
A la Gran Colombia se incorporó la provincia de Quito. Bolívar fue llamado por los patriotas peruanos y es en esas circunstancias que se produce la conferencia de Guayaquil con el General San Martín, quien le cede el campo.
Junin
Los españoles mantenían todavía una gran fuerza en el Perú y Bolívar tuvo que organizar con muchos esfuerzos, un ejército de 6.000 colombianos y 3.000 peruanos, con los que enfrentó a tos realistas comandados por Canterac, en los campos de Junín (Perú) (1824). La batalla se trabó entre las caballerías de ambos ejércitos, sin que se disparara un solo balazo. Al principio la suerte pareció favorecer a los realistas cuya caballería empezó a perseguir a los patriotas, pero el escuadrón peruano atacó por un flanco decididamente y los jinetes patriotas también volvieron grupas y contraatacaron. El combate, con arma blanca, no duró mucho tiempo y ante la inminencia de una total derrota, Canterac prefirió aproximarse al Cuzco para unir sus maltrechas fuerzas con las del Virrey La Serna, quien también ordenó al General Valdéz, que se le uniera con todos sus hombres. (1824)
Ayacucho
Los españoles contaban con 9.000 hombres para enfrentarse, en una última y decisiva oportunidad, a los patriotas. El Virrey La Serna resolvió personalmente, comandar estas tropas acantonadas en las faldas del Condorcanqui. Los patriotas al mando de Antonio José de Sucre, sumaban 5.000 y se hallaban en el pueblo de Quinua, cerca al altiplano de Ayacucho. Ambos bandos sabían que de su enfrentamiento dependía la suerte futura de América. En las tropas patriotas, figuraban soldados de todas las naciones americanas; colombianos, peruanos, panameños, chilenos, altoperuanos. Todos dieron muestras de gran arrojo y valor y habiendo empezado la batalla a las 9 de la mañana, a mediodía, quedaron en el campo 1.800 muertos del lado realista y 300 del patriota. Sucre ofreció a los españoles una rendición honorable y les permitió que se reunieran para deliberar. Por la tarde, el Virrey La Serna, firmó la capitulación de Ayacucho, constituyéndose él y sus hombres en prisioneros de guerra y reconociendo “la independencia de Perú y de América”. Había concluido casi (todavía quedaba el Alto Perú) una larga guerra iniciada precisamente en el Alto Perú, en 1809.
Antonio José de Sucre
Curiosidades de la historia
Uno de los episodios más impresionantes de la guerra de la independencia, fue el cruce de la cordillera de los Andes, desde Venezuela hasta Colombia, resuelto por Bolívar, y que culminó con la batalla de Boyacá. Los españoles jamás sospecharon que el ejército colombiano formado por llaneros de clima ecuatorial, pudiera cruzar las montañas nevadas. Durante semanas, atravesaron los ríos de la cuenca del Orinoco, en botes de cuero cosido y luego marcharon con el agua hasta la cintura en aguas infestadas de caimanes. En el cruce de los Andes, resbalaban los caballos y los jinetes morían de frío. Pero la férrea voluntad de Bolívar y sus oficiales obró el milagro y los llaneros venezolanos se unieron a los patriotas de Nueva Granada para derrotar a los españoles en esa región.
El nombre de Colombia, para el país que se fundó en lo que había sido. Nueva Granada, fue escogido como un homenaje a Cristóbal Colón.
El joven general José María Córdova, que tuvo una actuación decisiva en la batalla de Ayacucho, pues su división, pese a recibir un graneado fuego de fusilería, siguió avanzando impertérrita hasta trabarse en un combate cuerpo a cuerpo con el enemigo, antes de que se iniciara la batalla, desmontó de su caballo y mató al animal diciendo que no quería tener medios para huir. Luego gritó a sus hombres: “Soldados, adelante; armas a discreción, paso de vencedores”.
Mapa de Junín y Ayachucho
Lecturas
Discurso de Angostura
Al desprenderse la América de la Monarquía española, se ha encontrado semejante al Imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una nación independiente conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aún conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo: no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado. Todavía hay más: nuestra suerte ha sido siempre puramente pasiva, nuestra existencia política ha sido siempre nula y nos hallamos en tanta más dificultad para alcanzar la libertad, cuanto que estábamos colocados en un grado inferior al de la servidumbre; porque no solamente se nos había robado la libertad, sino también la tiranía activa y doméstica. Permítaseme explicar esta paradoja. En el régimen absoluto, el poder autorizado no admite límites. La voluntad del Déspota es la ley suprema, ejecutada arbitrariamente por los subalternos que participan de la opresión organizada en razón de la autoridad de que gozan. Ellos están encargados de las funciones civiles, políticas-militares y religiosas, pero, al fin, son persas los sátrapas de Persia, son turcos los bajaes del gran señor; son tártaros los sultanes de la Tartaria. La China no envía a buscar mandarines a la cuna de Gengis Kan, que la conquistó. Por el contrario, la América, todo lo recibía de España, que realmente la había privado del goce y ejercicio de la tiranía activa; no permitiéndonos sus funciones en nuestros asuntos domésticos y administración interior. Esta abnegación nos había puesto en la imposibilidad de conocer el curso de los negocios públicos: tampoco gozábamos de la consideración personal que inspira el brillo del poder a los ojos de la multitud, y que es de tanta importancia en las grandes revoluciones. Lo diré de una vez, estábamos, abstraídos, ausentes del Universo en cuanto era relativo a la ciencia del gobierno.
Simón Bolívar
El Libertador