No habiendo logrado los dos primeros ejércitos auxiliares argentinos sus objetivos, se ganaron más bien la animadversión de los habitantes del Alto Perú por las tropelías y abusos que cometieron sus soldados. Surgió entonces una nueva forma de lucha, a la que se entregaron los altoperuanos, obligados por la desesperación: la de las guerrillas.
Grupos de combatientes, con pocas armas, arrebatadas muchas veces al enemigo, ocupaban una región a la que llamaban “republiqueta” y hostilizaban incansablemente a las tropas regulares españolas, debilitándolas cada vez más.
Bartolomé Mitre, quien sería con el tiempo Presidente de la Argentina, historiando esta forma de luchar, decía que “es ésta una de las guerras más extraordinarias por su genialidad, la más trágica por sus sangrientas represalias y la más heroica por sus sacrificios oscuros y deliberados. Lo lejano y aislado del teatro en que tuvo lugar, la multiplicidad de incidentes y situaciones que se suceden en ella fuera del círculo del horizonte histórico, la humildad de sus caudillos, de sus combatientes y de sus mártires, ha ocultado por mucho tiempo su verdadera grandeza, impidiendo apreciar con perfecto conocimiento de causa, su influencia militar y su alcance político”.
En esos quince años, que duró la guerra de guerrillas, no pasó un día “sin matar y sin morir” por la independencia del suelo nativo y en ese tiempo maduró verdaderamente, con el terrible sacrificio que afrontaron los habitantes de estas tierras, la decisión de constituirse en un país autónomo y distinto de los demás.
Los esposos Padilla
Brillan con luz propia, por su abnegación sin límites y su valor y perseverancia, los esposos Manuel Ascencio Padilla y Doña Juana Azurduy, que operaron en la región de Chuquisaca e hicieron del pueblo de La Laguna, su cuartel general. Padilla actuó primero con las tropas de Belgrano en las batallas de Tucumán y Salta y después de la derrota de Ayohuma, combatió solamente en el Alto Perú. Ayudó al tercer ejército auxiliar argentino y luego continuó la lucha por su cuenta haciéndose tan temible que los españoles decidieron acabar con él, de cualquier manera.
Los esposos Manuel Ascencio Padilla y Doña Juana Azurduy de Padilla
Lugarteniente de Padilla y de su esposa, fue el joven poeta indio Juan Huallparrimachi, que perdió la vida a sus 22 años, en un combate, dejando a la posteridad bellísimos yaravíes en su lengua materna. El Coronel Javier Aguilera dio muerte a Padilla, en combate, y desde entonces, su esposa, Doña Juana Azurduy se hizo cargo de la “republiqueta” y en el curso de la lucha perdió a sus hijos, y su hacienda. El ejército argentino le dio el grado de Teniente Coronel y combatió al lado del caudillo Martín Güemes. Bolívar, tan pronto llegó a Charcas buscó a Doña Juana para rendirle el homenaje de su admiración. Una vez producida la independencia, se le concedió, por un tiempo, una modesta pensión; y la heroica guerrillera, murió años después en la más absoluta pobreza.
José Miguel Lanza
Combatió desde muy joven y participó en la batalla de Aroma y en las derrotas de Huaqui (o Guaqui) y Sipe Sipe, contra las fuerzas de Goyeneche, estableciendo finalmente su “republiqueta” en la zona de Ayopaya, nunca más ocupada por los realistas.
José Miguel Lanza
Lanza tuvo el honor de proclamar la República, en 1825 cuando se hallaba en La Paz, y fue uno de los pocos jefes guerrilleros que quedó con vida después de la larga gesta. Murió sin embargo al defender al Mariscal Sucre en el motín de Chuquisaca.
Ildefonso Muñecas
Este sacerdote, de origen argentino, tuvo relación con el jefe indígena Mateo Pumakahua, quien vino al Alto Perú, enviado por el Virrey Abascal, para sofocar una insurrección también indígena. Con el tiempo, Pumakahua pasó al bando patriota y retornó a estas tierras, acompañado por el cura Ildefonso Muñecas. En la ocupación de La Paz, los desbordes contra los realistas fueron enormes, con saqueo de muchas residencias y la muerte del Gobernador Valde Hoyos. El cura Muñecas posteriormente, se refugió en Larecaja donde fue finalmente vencido por los realistas. Cuando era conducido al Cuzco, para ser degradado y condenado, recibió un balazo por la espalda.
Ignacio Warnes
El héroe cruceño, era de origen argentino y llegó al Alto Perú con las tropas del General Belgrano, a la cabeza del segundo ejército auxiliar. Warnes se quedó a cargo de la plaza de Santa Cruz y allí se enfrentó al Coronel Aguilera, quien lo venció en la batalla del Pari, cerca de la capital cruceña. Warnes, cayó muerto en medio del combate, uno de los más encarnizados de la guerra independentista.
Batalla de Pari
El "Moto" Méndez en Combate
Eustaquio Méndez
El guerrillero más conocido de Tarija, tuvo siempre en jaque a las tropas del General La Serna, y fue auxiliar decisivo del Coronel Gregorio de La Madrid, jefe del cuarto ejército auxiliar argentino, quien tomó esa ciudad, después de la batalla de La Tablada.
Los “chapacos” de Méndez se hicieron legendarios en todos los hechos de armas, al sur de la República.
Otros nombres
Junto a estos nombres sería injusto dejar de mencionar a Antonio Álvarez de Arenales, José Manuel Mercado, Vicente Camargo, (jefes de la republiqueta de Cinti) Ignacio Zarate y Miguel Betanzos, que se hicieron fuertes en Porco; y en el Sur, Ramón Rojas y Manuel Rojas. Pero la historia registra los nombres de un centenar de jefes guerrilleros, de los cuales ni siquiera una docena llegaron a la proclamación de la independencia.
Lecturas
Juan Wallparrimachi
El incansable Padilla y sus huestes, luego de haber librado una serie de combates y escaramuzas, de marchas y retiradas en las que Wallparrimachi, era, como jefe de la vanguardia, el portador de las comunicaciones venciendo grandes distancias y atravesando senderos, montañas y serranías casi impracticables, habíanse apoderado el 2 de agosto de 1814, del cerro “Carretas” situado en la accidentada serranía que corre entre Tarabuco y Yamparaez.
Contaba Padilla con un ejército de 1900 honderos al mando del joven Rimachi, 500 infantes a las órdenes de su hermano, (Padilla) y algunos cañones a cargo de su esposa Juana, que custodiaba un sendero secreto por el que se podía llegar sin ser visto hasta las posiciones que había organizado en dicho cerro.
Juan Wallparrimachi
En la tarde del mismo día (2 de agosto) inicióse un primer ataque de los realistas. El combate fue reñido, durante el cual el jefe de los honderos, Rimachi, se comportó admirablemente: A la señal del “pututu” comenzó a lanzar desde la cima enormes pedrones, rocas y una lluvia de piedras que cubrieron el cerro de una densa polvareda, hasta que los atacantes aplastados por dichas galgas tuvieron que emprender retirada.
La lucha se prolongó durante varios días con pequeños intervalos, sin que los realistas pudieran desalojar del cerro a los valientes y tenaces patriotas, donde brillaba el entusiasmo, el valor y la audacia del joven guerrillero Rimachi, quien, durante esas silenciosas noches de guerra hacía escuchar su dolorida voz; pues el poeta indio, evocando las horas dichosas y el recuerdo de su lejana amada, cantaba en lengua quechua:
“Irpillarajmin, urpy carckanqui
Maypachan ñocka
Intihuan jiña ñausayarocani
Ckahuaycususpa”.
“Ñanhuiyquicuna ppallallaj
Llippipispa
Leccytutapi, hillpa jiña
Musppanchihuancu"
“Huañuyta maskaj, ñocka riscani
Auckanchejcuna
Jamullanckancu, pucarancuna
Jalatataimin”.
Pichoncito eras aún, paloma mía cuando, como el sol me deslumbraste.
Tus ojos, titilando cual estrellas
en la noche oscura
fueron el relámpago
que hicieron delirar.
Voy en busca de la muerte,
nuestros enemigos
ya vendrán
levantando sus campamentos.
La última noche se oyeron varias detonaciones, pero el poeta continuó dedicando su canto y su recuerdo a la ya perdida enamorada:
“lllarajpacha pputy ayckechej
Maypipis casaj
Chanlla sonckoyta pparacken
chinquin
Gausanaycama”.
Mientras te encuentres en este mundo harás huir las penas, y donde me encuentre, tú sola harás latir mi corazón.
Estas últimas palabras fueron dominadas por el ruido de la fusilería, pues el día anterior, 6 de agosto de 1814, un indio traidor, Pedro Altamani, había enseñado a los realistas el desfiladero por el cual podían llegar, sin ser vistos, hasta las posiciones de Padilla.
En efecto, la noche del 7, los enemigos asaltaban el punto que ocupaban las tropas de doña Juana, que resistía heroicamente. Y es en ese preciso momento que se presenta el valeroso Wallparrimachi, diciéndole:
“No, tú, doña Juana ¡Huye! Van a matarte.
“Tu canción, hijo mío, me ha dado fuerza y coraje.
“Eres la Pachamama. ¡No puedes morir! Eres mi madre...”
Y apenas había concluido esta frase, cuando una bala le atravesó el pecho dejándolo muerto...
“Doña Juana lo reclinó por un instante en su regazo y lloró acaso más que cuando perdió a sus hijos. Lo amaba como a tal, porque Juan el “huajchu” (huérfano), no había conocido padre ni madre”
Julio Díaz Arguedas (boliviano)
Padilla y los seis talegos de plata
Después de la sangrienta y desastrosa jornada de Villcapujio (1 de octubre de 1813), el General Belgrano ordenó a Díaz Vélez, que hiciese su retirada por la vía de Potosí, reuniendo en el trayecto dispersos y pertrechos de guerra.
La columna del General Díaz Vélez marchaba sombría y silenciosa en dirección a Potosí, auxiliada por los indios de Padilla que custodiaban sus flancos; pero hostigada continuamente por la caballería del Coronel Don Saturnino de Castro, que picaba su retaguardia.
Durante las noches de esta penosa retirada, los jefes patriotas permanecían en vela por turno, para estar alerta, cuidando la seguridad de su campamento y distrayendo sus largas vigilias con partidas de juego o animadas discusiones.
En una de esas noches, el General Díaz Vélez y el Capellán Gemio, se lamentaban de la carencia de recursos pecuniarios para socorrer la división y ambos recordaban con pesar, que en uno de los lugares próximos, más quebrado y montuoso del trayecto, hostigados con la persecución tenaz del momento y con el atolondramiento propio de la derrota, habían dejado ocultos cien mil pesos, en seis talegos diferentes, los que en esas circunstancias habrían sido su salvación y la de los suyos; pero añadían que si esa suma no estaba ya en poder del enemigo, era irrecobrable, porque el lugar, precisamente, ya estaba ocupado por las avanzadas realistas.
Padilla escuchó atentamente la conversación de su jefe, y durante la noche tomó algunos de sus fieles indios, con los que, deslizándose como culebras por la pendiente de un elevado y montañoso cerro, pasaron como sombras por en medio de los centinelas realistas, cuyo alerteo escuchaban en torno suyo.
Para llegar al sitio en donde estaba oculto el tesoro, tenían que descender una áspera pendiente, y luego descolgarse a un hondo barranco. Después de una larga caminata llegaron allí y Padilla escalonó sus indios al borde del precipicio y se deslizó a él, saliendo a poco con un talego que entregó al indio que tenía más próximo. Seis veces consecutivas repitió esta atrevida maniobra, hasta que fueron coronados los esfuerzos del guerrillero, quien, con el número de talegos completos, emprendió el regreso a su campamento.
Silenciosos y fantásticos cruzaron la línea de los centinelas; pero a pesar de sus precauciones, fueron sentidos por éstos, los que dispararon sus armas contra ellos; más las sombras de la noche los protegían y pudieron, sanos y salvos, incorporarse a los patriotas.
El General Díaz Vélez, lleno de asombro y alborozo, abrazó al guerrillero, manifestándole su agradecimiento por tan importante servicio, haciéndole la promesa de recomendarlo al General en Jefe, dándole cuenta de tan noble proceder.
Esta fue la única recompensa que recibió Padilla de los servicios prestados a Díaz Vélez y al Ejército Auxiliar.
Merced a este inesperado recurso, pudo la columna llegar sin novedad a Potosí.
General M. Ramallo
Curiosidades de la historia
Un autor moderno, analizando la guerrilla la compara con la pulga. Su enemigo militar tiene las desventajas del perro: demasiado que defender frente a un enemigo muy pequeño y ágil que no se deja capturar. “La pulga pica, brinca y pica otra vez, y esquiva rápidamente la fuerza que puede aplastarla. No trata de matar a su enemigo de un golpe sino de extraerle sangre y alimentarse con ella, atormentándolo y enloqueciéndolo: lo conserva para destruir sus nervios y su moral”.
El nombre español de guerrilla es hoy universal, pues también en inglés se emplea la misma palabra, desde la época de Napoleón cuando los españoles organizaron guerrillas para luchar contra las tropas de ocupación de Francia, a principios del siglo pasado.