Leyendas

Los amos de la naturaleza

Las misiones jesuíticas marcaron a los chiquitanos, de eso no hay duda; pero su fe hacia el Dios católico no tarjó que puedan establecer un sincretismo religioso con la anexión de las creencias de sus antepasados.  Los miembros de esta etnia guardan una amplia mitología que expresa sus orígenes, por ejemplo, los chamanes siguen en vigencia y ejercen control sobre la sociedad.  El antropólogo Wigberto Rivera Pinto comenta que los momentos cruciales de la vida como el nacimiento, el matrimonio, la muerte y actividades como la cacería, la siembra y la cosecha están impregnados por el chamanismo, lo cual arma un mundo espiritual y sobrenatural en las comunidades.

Esta nación mantiene la creencia en los astros del universo, como el sol y la luna, divinidades que ayudan en el agro, la concepción y los quehaceres rutinarios. Según el Atlas Étnico de Investigaciones Antropológicas del Viceministerio de Culturas, el Oboisch es el genio que se aparece a una persona para causarle una enfermedad mortal que sólo se cura mediante un hechizo.  El Chovoreca no es más que el diablo, que se muestra ante los niños en las noches para llevárselos al monte y hacerlos desaparecer.  Con la llegada de los misioneros, esta cosmovisión se llegó a completar con la omnipresencia de las almas condenadas: la Llorona o la Corta Mortaja.

Sin embargo, un sitial preponderante en su imaginario popular está ocupado por el Jichi o el amo de la naturaleza, al que se reconoce como el dueño del monte y los animales, con dominio sobre el agua. “Mitad saurio y mitad culebra, es un animal legendario de apariencia gomosa habituado al agua y muy difícil de ver, pues sólo sale de noche.  Pese a su fabulosa apariencia, no se dedica a espantar ni asolar los caseríos.  Todo lo contrario.  Es el guardián de los manantiales de agua potable y evita que ésta sea desperdiciada; protege la flora acuática.

Cuando se marcha, el agua merma, la pesca disminuye, la caza huye y la vida se vuelve insostenible”.

El antropólogo Jürgen Riester estudió a las leyendas que rodean a este personaje mítico, y habla de varios Jichis presentes en la cosmovisión chiquitana por la ausencia de un Dios Creador y otros seres supremos autóctonos, los cuales intervienen en la relación de los seres humanos con la naturaleza y entre indígenas.  Según la clasificación de este investigador, los comunarios destacan por su importancia al nirri tuúrr, amo del agua o de los puquios; el nirri kaar, amo del cerro; el nirri muurrto, amo del monte; el nirri taar, amo de los chacos; el nirri rroüz, amo de la pampa.  “Hay también temor al arco iris que tiene su propio Jichi y se puede llevar a las personas”.

El Jichi puede presentarse al hombre en forma de serpiente, de una hermosa mujer o de su esposa; y a la mujer bajo la apariencia de varón, de su esposo o de animal.  El respeto a este ser sobrenatural se expresa en varios rubros: cuando se caza o pesca, los chiquitanos deben, pedirle permiso y hacerle ofrendas para que la actividad sea provechosa, además de que no deben ser ambiciosos porque se debe cazar lo necesario para alimentar a la familia; aparte que lo conseguido no debe ser vendido porque, si no, se ocasiona la furia del “amo”, y el cazador puede ser castigado: nunca más los animales le serán visibles, el Jichi los esconderá.

El libro Sistema jurídico indígena, publicado por el Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social, resume que “los chiquitanos reproducen las prácticas religiosas legadas por los jesuitas y las combinan con su mitología y creencias presentes en el ‘amo de la naturaleza’.  Las celebraciones religiosas como Semana Santa y Corpus Christi igual inspiran respeto: en esas fechas tienen prohibido cazar o trabajar en el chaco, lo hacen por la fe y por el apego a las prácticas religiosas de la Iglesia Católica, como manifiestan: Hay que acordarse de nuestro Señor Jesucristo; y, por otro lado, temen el castigo del Jichi, pudiendo la persona trastornarse o morir”.

Aparte, otro de los actores espirituales centrales de sus creencias es el curandero, quien en la antigüedad cumplía también la función de Cacique, empero, que fue marginado por los misioneros jesuitas.  Hoy se distinguen dos tipos: el Cheeserusch o brujo bueno, que se encarga de sanar a las personas que han sido embrujadas por el Picharero, Oboisch o brujo malo, que tiene la capacidad de introducir en el cuerpo objetos como huesos, poner veneno en las comidas o bebidas que invita, ocasionando la muerte.  El Cheeserusch, como establece Riester, tiene la tarea de aniquilar a su antítesis, o dejar sin efecto su influencia entre sus protegidos.

Por último, está el mundo de las supersticiones de esta etnia indígena.  Entre ellas, que sus miembros creen que el ave guajojó indica el cambio de clima con su canto, para bien o para mal y de acuerdo con el tono; la lechuza tiene el poder sensible de detectar el mal que está presente en un territorio. Igual arguyen que si la gallina canta de día en la puerta de su casa, es un anuncio de muerte o enfermedad en la parentela o en la comunidad; pero si lo hace en cualquier parte, es un símbolo de protección.  Y también le otorgan un significado de mala suerte a la presencia del zorro y el lagarto, este último cuando aúlla atrae lluvias torrenciales.