Religión y Música

La joya arquitectónica de Concepción.

La historia de la evangelización de los pueblos chiquitanos está ensamblada a los jesuitas y los siglos XVII y XVIII.  Más de tres centurias después, la cruz católica aún se halla incrustada en la vida de esta etnia.  Tanto así que sus miembros respetan al ave que recibe el nombre de Piyo porque lleva la figura de un crucifijo en la frente.  El presidente de la Organización Territorial de Base de la localidad de Guayaba, José Soquereme Bata, afirma sin dubitar que los más de 200 habitantes del territorio a su cargo creen en Dios y su hijo Jesús.  “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No tenemos iglesias cristianas porque somos católicos”.

Esta herencia religiosa se plasma incluso en el sistema de autoridades que rige en la mayoría de las poblaciones de esta nación, el cual se expresa en el mandato del Cabildo que fue instaurado por los misioneros tras su llegada a las tierras chiquitanas; aunque se le ha anexado el cargo originario del Cacique como una forma de revaloración de su cultura.  Para estos indígenas, los curas recurrieron a las estrellas que se agrupaban en formas y figuras de carácter religioso para evangelizarlos, como las 30 Monedas, el Piyo, la Cruz del Sur, la Estrella Fugaz, la Casa de la Virgen, las Tres Marías, el Trono de la Virgen Rosario, la Llave del Cielo.

Actualmente, en territorio chiquitano sobresale una de las expresiones de esta fe: el Santuario Mariano de La Torre en Chochís.  Este sitio se ubica al pie del cerro de Chochís, del que se cuenta que nadie pudo alcanzar la cima, y se encuentra sobre la vía férrea Santa Cruz–Puerto Suárez.  Es el lugar de peregrinaje para visitar a la Virgen Nuestra Señora Asunta de Chochís, que es la patrona de la comunidad de El Portón que fue casi destruida por una erupción volcánica hace casi 30 años.  Este santuario es una de las construcciones del restaurador suizo Hans Roth, que tomó el desafío de recomponer los atractivos misionales de la región.  La experta del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social Elba Flores Gonzales comenta que el evangelismo, hasta el momento, solamente pudo ingresar en la población chiquitana de Lomerío, donde incluso hubo conflictos por las restricciones dadas por los pastores a sus seguidores, expresadas éstas en la prohibición a seguir las recetas de los curanderos tradicionales o la evasión a las fiestas para no consumir bebidas alcohólicas; situación que encontró sus rutas de convivencia con el pasar de los años. “Son los collitas los que generalmente vienen con esas ideas de instaurar templos cristianos; hay algunos, pero con pocos creyentes”.

Otro legado de los jesuitas son las iglesias que conforman hoy las Misiones.  Una de las más bellas por su arquitectura, tallados y ornamentación metálica colonial es la de Concepción, que tiene un frontis imponente de color amarillo apagado y al lado de la puerta de ingreso posee una escalinata de metal en forma de caracol que conduce a la campana y a un reloj que tiene un sistema computarizado que hace sentir el talán cada 15 minutos y por medio de parlantes situados en la cúspide.  La basílica es la mimada de la población y requiere de cuidados especiales para poder mantener su belleza y poder luchar contra el tiempo.

Por ejemplo, cada tres días se limpian todas las telarañas que se arman en sus alrededores; tanto en la fachada como en el interior.  El encargado de esta tarea es Nazario Rodríguez. “¿Sabe por qué hay un cable con un sistema electrónico que jala la campana?”, pregunta con ligera picardía.  “Antes el campanario estaba al ingreso del templo.  El cura hacía sonar la campana antigua que se escuchaba hasta ocho leguas y la gente se quejaba porque no podía dormir o porque hacía despertarles muy temprano para convocar a las misas de gallo.  Por eso se hizo otra campana y ahora se intenta hacer menos bulla para avisar la hora y las misas”.

Según la página web de la mancomunidad chiquitana, el nombre completo de esta abadía es catedral de la Inmaculada Concepción de María, y fue edificada por el padre jesuita Martin Schmid entre 1753 y 1756, y restaurada en 1982 por el arquitecto Ruis Ojans Roth.  Al lado derecho de esta cartuja se dice que antes había un cementerio y a la izquierda el jardín o huerto.  Su frontis está sujeto por seis filas de horcones.  Asemeja a una casa chiquitana y siguió el mismo proceso de armado: se construyó primero el tejado y luego las paredes.  Las dos imágenes que se erigen en el portón son de la Virgen, la patrona y protectora del poblado.

Las rosetas orientadas al saliente y al poniente de la fachada son los lugares por donde entra el sol.  Las ventanas están decoradas con dibujos de plumas similares a los que se encuentran en los adornos de los trajes de gala de los caciques originarios.  Los colores usados en las pinturas del templo son ocre, amarillo y negro, ya que en el lugar antiguamente no se podían obtener más matices con las materias primas de las que se disponía.  En la parte superior de la entrada existía un órgano del cual actualmente no se conoce nada; también se puede apreciar un águila con dos cabezas, representando a la Casa Austria y a la Casa España.

Su interior es un mundo de ensueño artístico.  Los bancos son nuevos, hechos en los talleres del Vicariato, en cada uno hay tallados diferentes dibujos tanto en los laterales como en los bloques traseros.  Éstos representan pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en conjunto constituyen una catequesis bíblica.  El tumbado es de madera. En los confesionarios están representados María, José y Jesús.  Los altares antiguos están reparados; su madera fue cubierta con láminas de oro: al principio se usó oro de 24 quilates, sin embargo, ahora se emplea de 18, y también cambió el espesor que hoy es diez veces menor que como se hizo al principio.

En la parte alta del altar superior se observa un sol por el que entra la luz a través del símbolo de los jesuitas, JHS, y una cruz más los tres clavos. Arriba y a la izquierda se recuerdan las órdenes de las misiones jesuíticas: San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, el gran misionero; y también se nota el mundo representado por África, América Latina y el corazón de Jesús como símbolo de fe cristiana.  A la derecha, arriba, San Francisco con la capillita; San Buenaventura, el teólogo de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Abajo, a la derecha, San Pablo con los diferentes pueblos y San Pedro, cuyo nombre viene de piedra y fue el primer Papa católico.

Al fondo del ara principal se notan unos dibujos en verde que representan rombos sobre fondos naranja; éstos son originales y no se conoce su significado.  En esta parte hay columnas con matices intercalados, representando las dos naturalezas humanas: la femenina y la masculina.  El piso de la catedral fue reemplazado por cerámica conforme con el dibujo del suelo antiguo del templo.  Lo descrito es un ligero esbozo de la belleza que rodea a esta construcción, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1990, junto con otras edificaciones similares que se hallan dispersas por el territorio que habitan los chiquitanos.

Las otras son las de Santa Ana, San Javier, San Miguel, San Ignacio y San Rafael; el otro sector lo integra San José de Chiquitos, la misión mayor.  Se armaron entre 1691 y 1760. Entre todas conforman la Ruta Misional del departamento de Santa Cruz.  La Misión de San Javier es la más antigua y sentó las bases en cuanto a la organización arquitectónica y espacial, estableciéndose en una especie de estructura modular con una amplia plaza en torno a la cual se concentraban la iglesia, el cementerio, escuelas, talleres y viviendas.  Ese esquema fue repetido, con algunas variaciones, en las otras reducciones jesuitas.  La iglesia de San Javier fue construida entre 1749 y 1752; la de San Ignacio de Velasco fue destruida y de vuelta a edificar en 1974; la de San Rafael, entre 1747 y 1749; la de San José de Chiquitos fue levantada en 1740, uno de los pocos templos de piedra de toda la zona, constituyendo un gran ejemplo de la arquitectura hispánica: fue construida por los nativos originarios con la supervisión de los jesuitas.  Así se llegó a las que son hoy las principales atracciones turísticas de la zona chiquitana, a las que se suman los festivales de música barroca que se cumplen cada dos años desde 1996. Un testimonio de adobe y piedras sobre la fe católica que respira esta etnia.

El Festival Internacional que se realiza en la región chiquitana cada dos años desde 1996

Todos los años pares, desde 1996, se celebra el Festival Internacional de Música Barroca en la región chiquitana, que recibe la visita de músicos de renombre internacional y local.  La ciudad de Santa Cruz y los pueblos misionales son el escenario de este emprendimiento: San Javier, Concepción, San Ignacio, San Rafael, San Miguel, Santiago de Chiquitos, San José, Guarayos, Urubichá, Buena Vista, Santa Rosa del Sara, Porongo, entre otros.  El evento sirve para demostrar las dotes artísticas y musicales de, sobre todo, dos etnias de Bolivia: la chiquitana y la guaraya, que sobresalen con las interpretaciones del famoso Coro y Orquesta Urubichá.

La llegada de estos acordes sacros a las tierras orientales data de los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando se produjo la incursión de los españoles y con ello la evangelización a cargo de religiosos misioneros que encontraron en las notas musicales una forma de catequizar a los nativos.  Un legado que ahora está preservado y en permanente difusión desde los Archivos de Chiquitos, en Santa Cruz, y de San Ignacio de Moxos, en el Beni. Parte de ese repertorio antiguo, como otros del resto de América (de Sucre, Urna, Bogotá, Puebla, entre otros centros) y Europa es lo que el público tiene a disposición durante la celebración del Festival.

En estos años, grupos de Alemania, Argentina, Bélgica, Brasil, Chile, Colombia, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Inglaterra, Italia, Japón, Israel, México, Perú, Portugal, Suecia, Suiza, Uruguay. … han desplegado su arte en esta cita.  Y los anfitriones son representados por agrupaciones de varias regiones.  El conjunto más reconocido, como se dijo, es el Coro y Orquesta Urubichá, que ha creado su Instituto de Formación Integral en la localidad guaraya del mismo nombre.  Éste se dio a conocer en el Primer Festival de Música Barroca y seis años después logró la aceptación del Ministerio de Educación para la enseñanza de música.

Urubichá posee unos 200 alumnos, entre éstos hay guarayos y chiquitanos que expresan sus sentimientos artísticos a través de la flauta hecha de tacuara, la caja de percusión, el pífano de tacuara, el violín de cuerda de cola de caballo, el seco-seco de tacuarilla, el bombo de percusión, las hojas de manga, limón y naranja, y la caracachá.  Los expertos del tema aseguran que los gustos musicales de los indígenas chiquitanos demuestran su apego a lo selecto, lo que incluso se expresa en las sesiones nocturnas de karaoke. Al final, son los herederos de una música que con sus partituras penetró su corazón y les abrió hacia la fe católica.

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