Migración

La vestimenta perdida

En la comunidad chiquitana de Guayaba resaltan los comunarios que portan vestimenta occidental. Sólo las ancianas llevan el característico tipoy, una túnica colorida y floreada que les llega hasta las rodillas; la herencia de las misiones jesuíticas.  El primer cacique general de la Organización Indígena Chiquitana, Rodolfo López, es crítico al hablar del tema. “Esto nos fue impuesto desde la llegada de los curas siglos atrás.  Antes de ellos, mis abuelos me decían que los hombres usaban ropas hechas con pieles de animales e incluso utilizaban las cortezas de los árboles para hacerse trajes”. Eso quedó en el recuerdo dejado por la historia.

Hoy, las prendas que emplean los miembros de esta nación distan mucho de las que portaba, por ejemplo, el chiquitano y ex diputado masista José Bailaba Parapaino en el Congreso: cueros de tigre, plumas y flechas. En fíes-tas patronales y cívicas, Carnaval y Pascua, recalca el Consejo Educativo del Pueblo Originario Chiquitano, el varón usa camisa, pantalón con lienzo, sombrero de palma y abarcas hechas con cueros de animales silvestres, entre los que sobresale el de anta; mientras las mujeres emplean el tipoy de lienzo común acompañado con trencillas y sombreros que están celosamente adornados con cintas de colores.

El diseño de las camisas chiquitanas, por su colorido y adaptación al clima tórrido de la región, ha permitido la instalación de apuestas microempresariales familiares y comunales que las han comenzado a comercializar a los mercados local e internacional.  Las mangas cortas y los dibujos pintados o bordados en las solapas o los cuellos en V han seducido a las clases dirigenciales de la urbe de Santa Cruz, que emplean los atuendos como un símbolo, con los colores blanco y verde.  López comenta que estas creaciones hechas tanto por hombres como por mujeres son un derecho tangible que representa a su etnia.

No obstante, el cambio de la moda entre los jóvenes chiquitanos tiene mucho que ver, manifiesta López, con la emigración a las ciudades porque los ingresos económicos otorgados por la producción en los chacos son insuficientes para “vivir dignamente”.  El antropólogo Wigberto Rivero Pinto sostiene que los integrantes de esta cultura parten de sus hogares como medio de sobrevivencia y en busca de una fuente laboral y de mejores tierras para la aplicación de la agricultura, “desplazamientos que pueden ser temporales o definitivos, dentro de la misma zona y fuera de la misma, hacia los centros urbanos intermedios y mayores”.

La investigadora del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social Elba Flores Gonzales explica que este fenómeno está influido por la pobreza y pone en duda la consolidación del territorio de las autonomías indígenas por parte de las nuevas generaciones.  “Los adolescentes emigran a las haciendas cercanas de sus comunidades para volver a estar bajo el mando de un patrón, como era hasta antes de la Revolución Nacional de 1952, sólo que esta vez tienen acceso a un salario mensual”. Esta emigración es una de las razones por las que muchas aldeas chiquitanas se hallan habitadas especialmente por niños y ancianos.

Otra de las causas de esta partida, sentencia Flores, es la falta de oportunidades educativas en las localidades periféricas de esta nación, las que cuentan con escuelas que generalmente imparten clases sólo hasta primaria, lo que obliga a los muchachos a emprender viaje a las ciudades rurales o a la ciudad de Santa Cruz, algo común entre los que apuntan hacia las universidades.  El presidente de la Organización Territorial de Base de Guayaba, José Soquereme Bata, ratifica esta tesis.  “Si los hijos crecieran aquí, no tendrían futuro.  Por eso nos esforzamos para que se eduquen afuera; aunque hay el riesgo de que pierdan sus costumbres”.

En la otra cara de la moneda se encuentra la inmigración.  La región chiquitana es también la casa de “paisanos” o residentes collas, ayoreos, guaraníes, guarayos ... que permiten la existencia de una interculturalidad que hasta el momento tiene una convivencia pacífica.  López arguye que una de las características de los chiquitanos es que no son “envidiosos y son hospitalarios.  Por eso es que muchos vienen a vivir a nuestras tierras para poder trabajar”.  Lo único que exigen las autoridades originarias a los “nuevos vecinos” es el respeto a las reglas comunales y la garantía del cuidado del bosque, la fauna y la flora.