Descubrimiento y Conquista del Imperio Incaico
Desde que Vasco Nuñez de Balboa surcara, como primer europeo, el Océano Pacífico, (1513), se extendió la leyenda de que mucho más al Sur, se hallaba un imperio poderoso y próspero. En Panamá, dos aventureros, Francisco Pizarro y Diego Almagro, formaron una sociedad con el cura Hernando de Luque, para hacerse cargo de una expedición. En el contrato que firmaron, los dos primeros arriesgaban el pellejo y el tercero, contribuía con los recursos necesarios. Pizarro había nacido en Trujillo donde se dice que, de muchacho, había sido porquerizo. Lo que le faltaba en educación formal, le sobraba en arrojo y voluntad.
En el primer intento de desembarco en tierras del Perú, los indios los recibieron en son de guerra: Pizarro fue varias veces herido y Almagro perdió un ojo. Este último volvió a Panamá para pedir auxilio al gobernador quién, en cambio ordenó que todos se replegaran. Pizarro esperaba en la isla Gallo donde fue alcanzado por los emisarios del gobernador de Panamá. Intimado a volver, Pizarro trazó una línea y les dijo a sus compañeros que yendo hacia el Sur serían ricos y volviendo a Panamá, continuarían pobres y que escogieran. Trece hombres, cuyos nombres ha recogido la historia, aceptaron el quijotesco reto de cruzar la línea. Con tan reducido grupo Pizarro continuó viaje hacia el Sur, hasta Tumbez, cerciorándose de que, más adelante, existía un reino organizado. Volvió entonces hasta España, obtuvo la protección del Rey Carlos V quien le dio título de Marqués y Capitán General de los países que conquistase, y se embarcó otra vez a América, con sus cuatro hermanos, en tres carabelas, rumbo al Perú.
Los incas se hallaban divididos entre la gente de Atahuallpa que acaba de vencer a su hermano Huáscar en una cruenta guerra civil. Pizarro desembarcó con 180 hombres y 27 caballos en la bahía de Tumbez (1531) donde los indios, nuevamente hicieron resistencia, siendo vencidos. Pizarro continuó su avance y fundó más adelante Piura, la primera ciudad española del Perú.
El correo real o chasqui
El "gobernador" de los puentes
El visitador y veedor de los reinos
El contador mayor o tesorero, con los quipus de que se valía para hacer las cuentas.
(Ilustraciones de Humán Poma de Ayala en las que están representados)
Atahuallpa se encontraba festejando su triunfo en Cajamarca, hacia donde se dirigió Pizarro. Solo la astucia y un valor desesperado podían servir a Pizarro en una situación tan desigual pues el Inca se hallaba rodeado por sus nobles y guerreros, ensoberbecidos por su reciente triunfo. El Inca tenía una enorme curiosidad de ver de cerca a los extraños hombres que habían llegado por el mar y que iban montados en unas enormes “ovejas”. Resolvió que se los tomara presos. Pero hubo intercambio de emisarios y regalos y se acordó una cita en la plaza de Cajamarca donde ya se encontraban los españoles. Cuando llegó el Inca y su comitiva, los conquistadores cerraron las vías de acceso y después de que el cura Valverde exigió al inca que reconociera al Dios verdadero y que Atahuallpa hiciera un gesto de disgusto, pues nada comprendía, empezaron los disparos de los dos cañones, mosquetes y penetraron los jinetes a caballo blandiendo sus espadas y los feroces mastines, provocando una gran carnicería. Atahuallpa fue detenido.
El Inca ofreció pagar por su libertad un cuarto lleno de objetos de oro y otros dos con objetos de plata y muchos emisarios recorrieron el imperio reuniendo el fabuloso rescate. Pero a los diez meses, bajo la acusación de “idólatra, polígamo y rebelde al rey de España, Atahuallpa fue sometido a juicio sumario y condenado a la muerte por garrote (para no morir quemado vivo, tuvo que jurar a la nueva fe cristiana).
Pizarro quedó entonces de dueño efectivo del imperio y se instaló en el Cuzco, donde coronó sucesor de Atahuallpa a Manco Inca (otro de los hijos de Huayna Capac, padre de Atahuallpa y Huáscar). Otros jefes incas y luego el propio Manco Inca, prosiguieron la resistencia contra los españoles, pero la pelea estaba perdida. Pizarro prosiguió su avance y fundó la ciudad de Lima, (1536) actual capital del Perú, a la que llamó ciudad dé los Reyes.
El Rey de España, a fin de evitar discordias entre sus capitanes, resolvió dividir las nuevas tierras conquistadas en Nueva Castilla, o sea la parte del Norte, que correspondía a Pizarro y Nueva Toledo, la parte meridional, a cargo de Diego Almagro, quién se dirigió hacia el sur, a la conquista de Chile, entendiendo que también el Cuzco le pertenecía. Penetró en el actual territorio boliviano fundando el pueblo de Paria, llegó hasta Tucumán en la Argentina y cruzó la cordillera de los Andes, arribando a Chile, donde no encontró ningún imperio como suponía.
Manco Inca había en tanto, levantado un gran ejército que atacó a Lima y rodeó al Cuzco, donde se hallaban los Pizarro. Almagro de retorno de Chile, se enfrentó a los sitiadores, los venció y detuvo a los hermanos Pizarro, después de apoderarse de la ciudad. Almagro fue no obstante derrotado por los Pizarro, y Hernando y Gonzalo emprendieron la conquista del Collasuyo. Pedro Anzures fundó la Villa de Chuquisaca, por hallarse cerca a los minerales de Porco, que explotaban los Pizarro. La conquista del Collasuyo no fue empresa fácil pues los indios hicieron porfiada resistencia en el valle de Kjochapampa (Cochabamba) y en Chokechaca (Chuquisaca). Los partidarios de Almagro, que había sido decapitado, juraron venganza y asaltaron el Palacio de Lima dando muerte a Francisco Pizarro. Quedó al frente de la gobernación Diego, el hijo de Almagro, de apenas 23 años.
El Emperador Carlos V envió entonces un ejército para reducir a los rebeldes. Diego Almagro se replegó al Cuzco con sus hombres y el combate tuvo lugar en Chupas, cerca de Ayacucho, siendo derrotado y posteriormente muerto el joven jefe rebelde. Allí se batieron vecinos de Charcas, al mando de Diego de Centeno.
El ejército enviado por Carlos V venía además con instrucciones de hacer cumplir las leyes en favor de los indios que había propuesto al Emperador el sacerdote dominico Bartolomé de las Casas. Gonzalo Pizarro se levantó en armas desafiando las instrucciones de la metrópoli y ayudado por Francisco Carvajal apodado el “demonio de los Andes” por sus hazañas de valor y crueldad se apoderó del Perú y de Charcas. El Emperador español mandó entonces a un nuevo gobernador, Pedro de la Gasca, para pacificar el Perú. Este derrotó a los Pizarro, condenó a muerte a Carvajal, y en recuerdo de su empresa, hizo fundar la ciudad de La Paz (1548) encomendando esta tarea al capitán Alonso de Mendoza a orillas del río Chuquiapu. El escudo de la ciudad reza:
“Los discordes en concordia en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron para perpetua memoria”.
La conquista del Oriente, por los territorios de Moxos y Chiquitos tuvo lugar también en ésta época distinguiéndose en ella, Ñuflo de Chávez, fundador de Santa Cruz de la Sierra.
El gran reformador Pachacutec Yupanqui, Noveno Inca
Tupac Yupanqui, hijo de Pachacutec y décimo Inca, continuó con la construcción del Camino Real.
Antes de la conquista española, la red vial incaica cubría 16 mil kilómetros, desde el sur de Colombia hasta el centro de Chile.
Los famosos puentes colgantes incaicos, datan del reinado de Mayta Cápac.
Lectura
Cajamarca, 16 de noviembre de 1532 (fragmento)
El Inca ratificó entonces su instrucción anterior: las fuerzas de Rumi Ñahui rodearían la ciudad. La astucia de Pizarro había dado fruto. Atahuallpa más poderoso que nunca disponía de las tropas que habían batido en diversos combates a los guerreros de su hermano Huáscar. Pese a sus artefactos diabólicos, a sus grandes ovejas y sus horribles mastines, los españoles lucían acobardados y, además, ¡eran tan pocos! Acompañaban al Inca, los señores de Chincha y Cajamarca, también en literas. La plaza lucía desierta, lo que confirmó a los indios en la creencia de que Pizarro y sus hombres, muertos de miedo, se habían refugiado en las habitaciones interiores.
Como si la historia hubiera quedado suspendida de un hilo, se hizo un silencio absoluto, mientras Pizarro, imperturbable, espiaba todos los movimientos de su invitado. Atahuallpa empezó a impacientarse y algo dijo o instruyó a sus servidores. Apareció entonces el cura Valverde. Sobre la sotana llevaba una cota de malla y en la cintura un espadín. Como la cosa más natural del mundo le leyó al Inca el Requerimiento (documento que a los ojos de los españoles justificaba, por la evangelización, el hecho de la conquista) y le extendió el libro del Evangelio. No habiendo obviamente, entendido nada, el Inca arrojó lejos de sí el libro y gritó algo a Valverde, quién, perdida la compostura alzó la sotana con las manos y echó a correr en dirección a Pizarro. Este hizo la señal convenida, agitando en la mano un trapo. Tronaron los cañones en dirección a las dos puertas de la plaza mientras (arcabuceros y mosqueteros abrían blancos en la muchedumbre. Al grito de “Santiago y a ellos” cargó la caballería. La multitud, empavorecida y atrapada no atinaba a reaccionar. Los guerreros que acompañaban a Atahuallpa no podían, en el hacinamiento, emplear sus hondas y boleadoras. Cieza de León relata que no había tajo que no “llevase brazo o mano de los que tenían las andas (del Inca) luego con grande ánimo asían con las otras deseando guardar a su Inca de muerte o prisión. Llegó Miguel de Astete, soldado de a pie, que fue el primero que echó mano a Atahuallpa para prenderle. Pizarro, echando voces que no le matasen se puso junto a las andas. Los indios, como eran muchos, unos a otros se hacían mayor daño”. Los que no habían sufrido el impacto del plomo o de los largos cuchillos, perecían aplastados por los caballos o por las dentelladas de los perros feroces. Cientos de personas quedaron sin vida en el estrecho recinto mientras el Inca, arrastrado de los cabellos, que los tenía muy largos, iniciaba su corta vida de prisionero, durante la cual pagó un rescate fabuloso en oro y plata, aprendió ajedrez, naipes, algo de español, se hizo bautizar para no morir en la hoguera y finalmente pereció por garrote a manos de unos moros o negros, sirvientes de Pizarro.
Tal fue la sorpresa y el pasmo de los incas que, en la espantosa carnicería de Cajamarca no murió un sólo cristiano. En ese minuto, dramático y estelar como ninguno, se rindió uno de los grandes imperios del continente. En ese preciso instante también fue vencido un pueblo que había creado instituciones y monumentos que aún producen asombro y maravilla. Acaso a ese instante se refirió Franz Tamayo al escribir en Scherzos:
Cuando el puñal ibero
l´hubo transido,
ese mundo agorero
dio un alarido!
Después, pavura,
y un estupor de siglos
que aún dura, aún dura!